martes, 29 de septiembre de 2009


"La noche de los lápices", de César López Claro (1995)


La noche de los lápices…  
Por Paolo Schicchi






El 16 de septiembre de 1976, 10 estudiantes secundarios de la Escuela Normal Nro 3 de la Plata, fueron secuestrados tras participar en una campaña que solicitaba por el boleto estudiantil. Todos tenían entre 14 y 17 años. El operativo fue realizado por el Batallón 601 del servicio de Inteligencia del ejército y la Policía de la Provincia de Buenos Aires, dirigida en ese entonces por el general Ramón Camps, que calificó al suceso como "accionar subversivo en las Escuelas".  Este hecho luctuoso de la historia argentina, recordamos esta noche
El tiempo ha pasado. La democracia nos ha devuelto la paz y la seguridad de que nuestras acciones y reclamos no serán acalladas sin justicia. No serán aquellos que nos deban proteger quienes actúen como delincuentes.  Ahora sabemos que podemos quejarnos, reclamar y solicitar ante las autoridades sin que ese reclamo caiga en saco roto. Naturalmente, con todas sus imperfecciones, la democracia es la forma de gobierno que más nos acerca a la libertad.
Pero debemos recordar a aquellos adolescentes que fueron secuestrados ilegal e ilegítimamente por or-den de los gobernantes de turno. Debemos pensar en su compromiso con la causa que abrazaron. Lealmente, va-lientemente, inteligentemente. Debemos pensar cuántos de nosotros, cuántos de ustedes, jóvenes hijos de la li-bertad democrática, están dispuestos a abrazar una causa por la cual no recibirán ningún beneficio inmediato. ¿Cuántos son capaces de morir por lo que creen?. ¿Cuántos tienen ideales para morir por ellos?.
Porque no es casual que aquella espantosa dictadura haya puesto toda su atención, especialmente, en la juventud. Porque sabían que ellos serían los gobernantes del futuro, serían quienes provocarían un mundo mejor. O, al menos, distinto al que ellos querían. Un mundo donde la democracia, la justicia, la libertad, el honor y la honestidad fueran los que gobernaran. Los jóvenes, que son quienes promueven siempre la libertad y la justicia, aunque estén equivocados, a veces.  No pesó para los crueles déspotas del dinero y la violencia que fueran casi niños. No. Les pesó más el miedo. Porque ellos, los torturadores, los represores, tenían más miedo que los jóvenes. Los jóvenes suelen ser rebeldes y contestatarios por naturaleza. Ellos, los dueños del miedo, no; ellos quieren que el miedo inunde a todos. Contra los chicos y chicas, porque ellos representaban los ideales de justicia y libertad, de honor e igualdad. Ellos, los asesinos de la inteligencia, los silenciosos, tenían miedo de unos chiquitos de no más de 17. Y los mataron, los arrancaron de sus vidas y los torturaron hasta matarlos. Un acto de tremenda cobardía y vergüenza.
Pero ¿qué aprendimos de ellos?. Quizás no aprendimos de aquellos quienes abrazaron con coraje un ideal, más allá de sus ideas, más allá de ideologías. No hemos tenido, quienes son y quienes hemos sido jóvenes, no hemos tenido el coraje y el valor para pelear por lo que creemos justo. Nos quedamos en la queja vana e inútil. Abrazamos la idiotización de los medios de comunicación y despreciamos el conocimiento. Escapamos de nuestras responsabilidades, de nuestras obligaciones. Creemos que “aprovechar el hoy” es hacer lo que queremos y no lo que debemos, para que nuestro futuro sea mejor.





Y así ganaron aquellos asesinos quienes quisieron que creyéramos que no había futuro. Los tortu-radores que querían que no pensáramos. Así, lamentablemente, pareciera que ganaron con la falta de reflexión que aqueja a toda nuestra sociedad.
Sin embargo, acá, en la escuela, no podemos pensar que ya no queda ninguna esperanza. Nosotros, somos quienes debemos revertir aquello que sembraron los dictadores en los setentas, respondiendo a oscuros intereses. El compromiso es de todos. La responsabilidad es de todos.  Pero, especialmente, de ustedes, jóvenes. De no jugar el juego de los que pretenden que todo vaya mal. De los propulsores del caos.  Por la memoria de nuestros muertos, por la injusticia que vivieron y viven muchos pibes hoy. 
Los medios y los desaparecidos.  Por Nivangio Donisvere.




Estoy con un amigo”. Eso fue lo último que le dijo Luciano Nahuel Arruga a su madre Mónica antes de salir de su casa del barrio 12 de Octubre en Lomas del Mirador. Cuatro horas después, desapareció. Desde el 31 de enero pasado no hay rastros de él. La familia apunta al destacamento policial de Lomas del Mirador: se basan en el accionar policial porque un testigo que estuvo detenido el mismo día de la desaparición de Luciano dijo haberlo visto en la comisaría de la zona “con muchos golpes y muy mal. Lo golpearon hasta matarlo”. Vanesa Arruga sostiene que su hermano era constantemente perseguido por la policía que “siempre lo paraba en la calle por portación de cara, lo maltrataban y agredían verbal y físicamente”.







En la madrugada del sábado 31 de enero, Luciano fue a visitar a Oscar, un amigo del barrio. Al llegar a la puerta tocó timbre, pero cuando Oscar fue a atender Luciano ya no estaba en la vereda. “Hay vecinos que lo escucharon gritar ‘no quiero agarrar eso, no es mío’”, dijo su hermana Vanesa Orieta.”
El 28 de febrero Luciano cumplió 17 años. Vivía en una casilla humilde de Lomas del Mirador con su madre y dos hermanos: Mario, de 13, y Mauro, de 10 años. A la tarde se juntaba con los amigos. Según su hermana “no estaba metido en ningún quilombo”. Había decidido arrancar la secundaria. En una pierna se había tatuado el nombre de su hermana, “Vane”, y en el brazo izquierdo la letra “M”, de mamá.  Éste es el extracto de la muy completa nota que el diario “Crítica digital” publicó el 26 de marzo de este año.


Pero Luciano no salió en ningún cartel en un patrullero. A Luciano no se lo recuerda diariamente. A Luciano no lo persiguen por cuestiones políticas.  A Luciano -como a Walter Bulacios, como a Miguel Bru, como a Maximiliano Kosteki y a Darío Santillán, como a Carlos Fuentealba- lo mató un perverso sistema de injusticias manejado por aque-llos que, justamente, deben administrar la justicia.
A Luciano, como a tantos otros, lo desapareció la policía bonaerense –la propia familia dice que no tiene esperanzas de encontrarlo vivo, pero nos gustaría tener esa esperanza-. En el mismo artículo, dice: “Si se confirma que Luciano estuvo detenido en la comisaría estamos ante un caso parecido al de Miguel Bru (un estudiante de periodismo de 23 años desaparecido en 1993, que murió torturado en    una comisaría platense según se probó en un juicio oral y público). Luciano era menor y no podían tenerlo detenido. Pasa muchas veces que a la policía se le va la mano y luego hacen desaparecer el cuerpo”, dijo Pablo Pimentel, abogado de la familia Arruga y miembro de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) de La Matanza. Ese destacamento -sospechado muchas veces, defendido otras tantas- pedido por los buenos vecinos para cuidar sus casas de otros pibes, quizás, como Luciano.
Porque nadie puede valorar si un asesinato es más o menos justo. Todos son injustos y dolorosos. Recordemos otro joven asesinado por una organización ilegal, delincuencial, como fue el caso de Axel Blumberg. Y recordemos cuántas veces oímos y vimos y sentimos el dolor terrible de un hombre herido en la figura de su padre, reclamando por justicia y recordemos la insistencia de los todopoderosos medios de comunicación al difundir y reiterar y abusar de ese dolor y esa injusticia. Y sí, hubo justicia, pero muchos interesados política y económicamente se colgaron del dolor pensando en sus propios beneficios. No en el bien común.
Pero Luciano es un pibe pobre. Un desclasado. Una pesada carga, como es cualquier pibe pobre que no tiene oportunidades, para el poder político y económico, porque les marca lo que hacen mal, porque es un cachetazo en la cara de los corruptos y miserables que no piensan en el bien común. De los que hunden a los pibes, a todos los pibes en la más profunda de las miserias, la pobreza humana y la ignorancia moral. Uno de esos chicos que, como dice la canción, “son bombas pequeñitas”, a punto de estallar, usados, manipulados, abusados por las mafias enquistadas en el poder –político, policial, judicial-, para satisfacer sus nefastos intereses.   
Pobre Luciano, ser pobre.
Pobres pibes, ser pibes...
Del lenguaje, los jóvenes y la creatividad muerta.




Al leer un texto similar a este: “i bueno oy me toko postearte a vos sos mucho maaaraaaaaaaaaa sos muchoooo sos lo maaaaaas sos mi mejor amiiiiigaa anteanoche kuando te vi p primera ves tirada en el piso en estado inconsiente con la botella de bodka al lado pence esta miiina es loo maaas aunke kuando rekobraste el konosimiento lo primero q hisiste fue morderme el tobillo lomismo pence sos mucho maaaraaaa te kerrée por siieempreee amiiigaaaaa siiempre voi a llevar en miii la marka de tus dientees bueno no ce q mas desir”, un amigo me decía: “Qué alucinante! Cómo me gustaría poder escribir así, y lo digo muy en serio. "sos mucho maaaraaaa", "amiiigaaaaa siiempre voi a llevar en miii la marka de tus dientees", qué cosa linda. Está bárbara la forma de acentuar las palabras mediante la incontinencia vocálica , sale tan fluida. De hecho, la regla es precisa y se sigue casi a rajatabla, con perfecta coherencia, se acentúan sobre todo los nombres propios, vocativos, adjetivos o adverbios relacionados con estos (o algo así, el caso es que no están puestas azarosamente, sino que se eligen de forma bastante precisa las palabras que se quieren acentuar, respetando por completo la semántica de texto) :P.” . Las palabras de mi amigo, naturalmente, tenían una visión distorsionada de lo que sucede en este hecho comunicativo.









Sí, es cierto, hay una frescura poética que más de un profesional del verso desearía, una expresividad excepcional y mágica, hasta lo fabuloso. Es el texto de la joven un escrito profundamente expresivo, instintivamente comunicativo.  Pero, el mayor problema de este texto es, justamente, su mayor virtud. El hecho de que es “natural” e “instintivo”, sin embargo, es su mayor contradicción.
El lenguaje no debe ser instintivo. :P no es mejor que una palabra. Es divertido, pero lo divertido no es lo mejor. El mayor beneficio del lenguaje es su capacidad para transmitir conceptos, ideas complejas o complejizadas, con las más variadas posibilidades expresivas. El lenguaje permite transmitir sensaciones e ideas, música y teorías. Con matices y sutilezas que embellecen y clarifican los conceptos. Y, a su vez, permite también romper normas, establecer vanguardias, modificar lo establecido, revolucionar las ideas y la expresividad. Miles de poetas a lo largo de la historia provocaron cambios enormes en la forma de entender y mostrar su realidad, su mundo, rompiendo las reglas de la escritura, entendiendo que ésa era su forma de que el otro, el lector viera que el mundo no era, necesariamente, como le decían los agentes del poder o las voces unificadas de la masa.
El problema de ese código utilizado en el texto que asombró a mi amigo, es que no tiene la intención del poeta. No busca quebrar nada, no juega con el lenguaje. Es el código del que no sabe usar el lenguaje y se “queda sin palabras”, entonces recurre –como los cavernícolas-, a dibujitos, a onomatopeyas -como los monos-. No hay intención de quebrar las normas del discurso preestablecido, ni siquiera intención de transformarlo. No hay intención de nada, quizás y eso es lo grave. Cuando no hay intención, no hay reflexión, por lo tanto, no hay idea. Cuando esto es así, hay riesgo de ser manipulado. Y ese riesgo, ciertamente, siempre se cumple.
Repito, “:)”no es mejor que dos o tres palabras. La celeridad de una sociedad que se apura para no pensar en su inutilidad y su vacío, provoca que los códigos lingüísticos, el respeto por las normas, la valoración de la belleza de la palabra y la concentración para reflexionar sobre lo escrito, pasen a ser elementos sin valor, o desvalorados.
Vaciar de contenido, de ideas, a nuestro lenguaje, provoca que nosotros como enunciadores, como individuos pensantes, también nos vaciemos. El lenguaje es nuestro mundo, nuestra capacidad para comprender y reflexionar sobre la realidad. Cualquier cosa que atente contra eso, será un perjuicio gravísimo para todo el conjunto social, porque individuos que no saben comunicarse, son fácilmente manipulables.


Arre.                                                  
¿Escuela? ¡¡¿Para qué?!!


La Organización de las Naciones Unidas (ONU), está de acuerdo con la Declaración Internacional de los Derechos de los niños, la cual en unos de sus puntos dice algo así como que “todos los adolescentes, sin importar sexo, credo, color, etnia, etc.; tienen derecho a recibir una educación para desarrollar sus capacidades creadoras, relacionarse con otros, y conocer su historia” “y si no está de acuerdo con ella, CAMBIARLA”... claro que esto último no lo dice, pero nosotros creemos que debería agregarlo.
La escuela, como la conocemos hoy fue pensada por -ENTRE OTROS- Sarmiento, ese “polémico personaje” que fue Presidente de la República Argentina en la década del 1880. Lo cual le valió para sobresalir por sobre el resto de sus colegas. Pero... ¿para qué querían esos “viejos ortibas” que tuviéramos escuela? ¡¿Por qué no iban ellos solos?!. En realidad, la idea del momento era, para ciertos grupos de poder, lograr consolidarnos “como Nación, Independiente, Libre y Soberana”. Para lo cual, tenían que construir una Historia Común de Gloria, de Héroes, de Mártires, de Grandes Pensadores, de Grandes Conquistas, de... de... Ahora, si la historia dice la verdad o no, es otra cosa. O al menos, no lo discutiremos en este artículo.
Lo cierto es que, por un lado, muchos querían ser Libres, Soberanos e Independientes de las potencias mundiales del momento, que manejaban, manipulaban, y... man... imantaban todo aquello que le sirviese para su bienestar y para tranquilidad de cualquier irónico o despistado. Sí, peor que ahora. Pero, por otro lado, estaban los que querían ser Libres Soberanos e Independientes, pero no taaaaanto. Sin embargo, unos y otros, estaban de acuerdo en que para lograr eso, tenían que transmitirles sus ideas a más personas, y estas deberían saber leer, para leer las entrevistas que le hacían en los DIARIOS (entrevistas que, por supuesto, no eran como las de los noteros de la tele de hoy día).

Viñeta: Palacios


También necesitaban que las personas supiesen que 2+3=5 y que 5x7=35 ya que así, se podía controlar cuantas cajas de cuero de vaca (por ejemplo), se llevaban a otros países o continentes; y  si se pagaba TODO, o SÓLO una parte... También necesitaban que, las personas (por lo general los más pobres y que más ponían su cuerpo en riesgo para trabajar) entendieran que “se tenía que cumplir lo que el dueño de la estancia decía”, porque él lo decía. Y claro, que no se podía discutir.
Eran tiempos de inventos, de descubrimientos, de cambios (no solo de ropa o de “playstation”-que no existía). La máquina a vapor era la joya de ese momento, impulsada por la Física en pleno desarrollo, las ciencias naturales y las ciencias sociales. Ideales conservadores, liberales, anarquistas, marxistas, todo junto, pero ¿qué quería cada uno?. Distintas cosas, y, dentro de cada uno de éstos, había más variantes.
Para sintetizar: era un quilombo tal el mundo, y dentro de éste, el territorio que MUCHO TIEMPO DESPUES pasó a llamarse Argentina; que era necesario, imperioso y fundamental, para lograr aquello de la Libertad, Independencia y Soberanía, ordenar las Ideas, los Hechos y las Personas.
Para esto, ciertos sectores de la sociedad que querían tener el poder de decidir hasta donde iba esa Libertad, Independencia y Soberanía, deberían darle algunos DERECHOS a los que menos tenían, para que ellos no le pudieran sacar ese poder. En medio de todo esto, es que nacen las primeras Escuelas de Estudios Generales, que representó una importantísima conquista de los sectores que menos tenían, en el camino de ir alcanzando una mejora en su calidad de vida. Claro está, muy simple parece aquí, pero no, no lo es. Así es que los invitamos a preguntar, a preguntarse y tratar de responder: ¿Esta escuela de hoy, nos servirá para seguir avanzando en una mejor calidad de vida, y una mejor sociedad? ¿Por qué? ¿Qué sobra? ¿Qué falta?. 


¡Saludos! ¡¡Y hasta la próxima!!