martes, 27 de octubre de 2009


Apología de los exabruptos de Prometeo. 
Por Karl Gustav Wilckens.



   Entre la euforia y el relax de haber clasificado para el mundial de fútbol de 2010, en Sudáfrica, en un agónico triunfo ante Uruguay por 0-1, los hombres de la selección nacional desataron sus poéticas versiones del apoyo mediático a su campaña. Sí, fue desastrosa, eso no lo puede negar nadie. Pero más desastroso fue el sistemático ensañamiento con su DT, Diego Armando Maradona, y muchos jugadores.  Basta revisar los diarios y  los programas –no sólo deportivos, sino de cualquier género donde pu-diera aparecer la actualidad- para ver la notable asiduidad con la que se lo culpaba al crack de todos los males del conjunto naci-onal. Repito, sí, fue un desastre, pero. Maradona, gústenos o no, siempre ha sido un hombre que hizo lo que quiso, sin detenerse a pensar en lo que los demás pensarían o dirían de él. Siempre se le permitió todo; siempre pudo todo. ¿Qué podrían pretender a-hora, estos estúpidos jueces de moralidad que salen a rasgarse las vestiduras por las malas palabras que propinó Diego Maradona?. Y así como siempre ejerció su irreprimible furia verbal, también su enorme capacidad creativa para la mágica gambeta, el zurdazo feliz, la gloriosa inventiva, la infinita velocidad de pensamiento y el desborde absoluto, aquello que lo hizo único ante los ojos del mundo. Ese hombre no puede ser contenido. Y lo sabemos. Nadie pudo contener su gambeta. Ni su llanto. Ni sus adicciones. Ni su afecto. Ni, sobre todo, su palabra. Esa palabra dura, violenta, grave, provocadora. Esa marca de Maradona. Esa nota dionisíaca de romper con lo impuesto por el poder social como “bueno”, esa incorrec-ción política, es lo que provoca esta apología de sus dichos. La palabra como patada al pecho, la palabra como violencia conte-nida, la palabra que le mueve la estantería a los bien  pensantes, a los que no se juegan, a los soberbios intolerantes.  Maradona fue como el Prometeo que le sacó a los dioses de la idea, de la palabra, a los periodistas, su fuego sagrado, la palabra provocadora, chocante, no pensada, no reflexiva.
Maradona no dijo lo que todos oímos que dijo. Dijo, en realidad, que la crítica que les hicieron excedió el sentido común, que trascendió la realidad y que se transformaron vulgares rumores en verdades absolu-tas y tremendistas que fueron transmitidas a una sociedad de necios que sólo repite la información de los medios, enciclopédicamente, sin interpre-tación ni valoración intelectual, y que, esos mismos medios, utilizan cualquier situación para sus propios intereses económicos y políticos (no olvi-demos el apoyo ferviente de Maradona a la ley de medios, habiendo sido, quizás, uno de los primeros que, públicamente, expresó su apoyo). Esos mismos medios que hoy lo bastardean, fueron los que criticaron a Juan Román Riquelme y nunca reconocieron el gesto del DT. Esos mismos medios, que se horrorizan por las palabras soeces y vulgares, son los mismos que las repiten hasta el hartazgo, condenándolas pero exponiéndolas, y que bombardean al público, en cualquier horario, con mujeres relegadas a un segundo plano (económicamente, esclavas, sombra del hombre; sexualmente, humilladas, rebajadas a objetos y sencillamente, humilladas), con homosexuales expuestos como fenómenos, juzgados y humillados; con pobres como productores de todos los males sociales -y no producto de ellos-; con jóvenes, acusados y perseguidos...  Esos medios son los que uno defiende cuando denosta aquello que dijo Maradona.
Sí, quizás la forma no sea aceptable, pero creo que a quien está dirigido el improperio y la forma en que fue expresado, no está mal.

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